LA CASA DEL DOLOR AJENO de Julián Herbert

        Los más grandes monstruos se nutren del silencio. Las más grandes matanzas siempre se cobijan en el silencio. La casa del dolor ajeno aborda una historia silenciada por más de un siglo. En esta crónica, Julián Herbert narra la historia de un genocidio ocurrido en Torreón, Coahuila en 1911 en contra de la comunidad china que habitaba esa ciudad.

Julián Herbert, nacido en Acapulco en 1971, ha publicado varios libros de poemas y una novela ganadora del Premio Jaén de Novela, Canción de tumba. La casa del dolor ajeno es su obra más reciente y se publicó en la misma editorial que la novela ya mencionada.

La construcción del texto incluye algunas escenas del autor en busca de información, conversando con personas de distinto estatus e incluso una salida familiar. Estas escenas nos ayudan a dar cuenta de distintos puntos de vista contemporáneos sobre el hecho histórico, la mayoría de ellas ocurren a bordo de un taxi y son conversaciones en las que el investigador pregunta al chofer qué es lo que sabe sobre lo ocurrido el 13 de mayo de 1911 en la Laguna, cada uno de ellos responde, algunos conocen la historia y están en contra de las víctimas, otros lo desconocen y otros simplemente cierran la boca y suben el volumen del estéreo.

El lenguaje que emplea es bastante claro y contiene una prosa trabajada más de lo suficiente. Tiene además una gran capacidad para abarcar el tema por completo, esto se deja ver claramente conforme avanza la lectura y, claro, con diez páginas de fuentes textuales consultadas. Es notorio que el problema de la matanza no es en sí su mayor motivo para retomar el tema tanto tiempo después, desde la primera página revela lo acontecido, el lugar y la fecha, e incluso poco después nos dice quiénes fueron los ejecutores y el testimonio oficial. A Herbert le mueve más buscar la raíz del odio: la xenofobia, más aun, el contexto en el que ese mal crece. Asimismo, es muy clara la forma en la que duda de la versiones oficiales escritas por historiados como Juan Puig, quien sostuvo la tesis de que los rebeldes abrieron fuego en contra de los extranjeros por puro ocio. Julián parte de la hipótesis de que no fue así, de que debieron existir motivos más fuertes para que el hecho trágico ocurriera, esto es lo que ocupa al escritor.

El autor es imparcial, esto ayuda a que nos brinde las dos caras de la moneda, es decir, a quién ejecutaron y quiénes los ejecutaron. Nos habla sobre los primeros chinos llegados al norte del país durante el siglo XIX, quienes pisaron primero tierra norteamericana y rechazados (incluso tenían menor privilegio racial que la gente de color, no olvidemos el racismo y la xenofobia de los blancos americanos del siglo de la época) o por azares del destino tuvieron que emigrar (otra vez) hacia la frontera México – Estados Unidos. Su investigación le arrojó incluso los nombres de las familias que vivieron en Torreón por aquellos años, así como sus ocupaciones. También incluye un excelente apartado de Trece retratos en los cuales toma a personajes de la historia, el cual nos ayuda a configurar el ambiente y las formas de empatía social previo y posterior a lo que Julián nombra “pequeño genocidio”. Al igual, las notas y cartas añadidas a la  crónica nos dejan ver el verdadero odio que existía hacia la comunidad oriental, comparándolos con ratas o negando que valgan algo económicamente, ningún chino vale cien mil pesos decían (que en efecto, ninguna vida puede estimarse en valor monetario, pero esta no era la ideología de las réplicas).

Además, estas notas y las fichas biográficas añaden verosimilitud a la obra, bastante útil para quienes están en busca de no ficción, aunque claro, ninguna historia puede narrarse desde la realidad –puesto que el simple hecho de narrar termina con lo que concebimos como realidad, ya lo decía Marías- e incluso el autor añade en las notas comentarios sobre lo que llama ficción dentro de la obra.

De igual manera, toma una gran decisión al sumergir a los lectores en los aspectos culturales de Torreón, tanto contemporáneos a la revolución como contemporáneos a nosotros. Nos habla del clima de violencia, la sexualidad y la manera en la que se manifiesta y algunos aspectos históricos como la fundación de la ciudad, las revueltas favor de Madero, los encuentros con Porfirio Diaz y su apego a la Laguna, incluso nos hace recordar al equipo lagunero de fútbol y su Casa del dolor ajeno.

Entre tantas otras cosas, logra su cometido, nos da un recorrido completo por el contexto de la trama y nos demuestra con un arduo trabajo de investigación que lo que se ha escrito hasta entonces es muy poco y da versiones oficiales que no son del todo verídicas, cosa que no es extraña para sus lectores. Nos demuestra, a través de las casi trescientas páginas del libro, que, en efecto, el genocidio no fue coincidencia y tampoco fue obra de “matar por matar”; en cambio nos revela cómo estaba construido un aparato ideológico antichino que justificaba el multihomicidio. Hay que pensar en cómo eran vistos los asiáticos, más allá del aspecto físico, hay que pensar en unos extranjeros que construyen vidas económicamente sustentables, que generan bienes materiales de alto valor y que incluso adquieren tierras; se convierten entonces en enemigos de las ideas revolucionarias y además son un sector vulnerable dentro de la sociedad, puesto que no están armados, la sociedad les muestra repudio y ni siquiera tienen voz (literalmente, no muchos dominaban el español).

Julián Herbert creía que a nadie le importaría un acontecimiento de Torreón de hace más de un siglo, quizá si los vemos de esta forma, como “un acontecimiento” pierda espectadores, sin embargo lo que hace con su libro es olvidar que fue un hecho de un par de días y abordar un proceso lento, con todas las características que lo construyen, de consolidación de la xenofobia que no acabaría con una matanza en el norte del país. Obtiene un resultado impresionante digno de aplaudir y no callar.

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